Cada vez que me encontraba en casa absolutamente solo, los fines de semana se volvían terriblemente aburrido, aún ya ni los canales porno del cable eran una fantasía que despertara en mi los deseos de satisfacer mi creciente erotismo. Incluso, desde el quinto piso del edificio ver la ciudad era un mar sinfin de lucecitas destellando sin parar. La navidad había sido otro mes más lleno de lamentos y tedio, pero al menos mi familia no había dejado de enviarme sus estimables regalos. Entre uno de esos me di cuenta que había faltado de desenvolver el más largo que había enviado un primero lejano así que al no tener nada que hacer lo hice.
Era un telescopio lo que emergió de aquel paquete y en fin me pregunte que diablos podría hacer en una ciudad con un telescopio. Lo arme en el tripode y miré a travez de él para ver las estrellas y el cielo no era el adecuado con tantas luces artificiales para observar el firmamento, así que estuve a punto de abanadonar la cruzada astronomica cuando mis ojos se posaron en el piso del edificio del frente donde una anciana completamente desnuda cocinaba. Aquella imagen me dejo estupefacto, increiblemente la señora mantenía una figura envidiable a pesar de los años y de que sus senos estaban caidos, aquella sensación de morbo se apodero de mi.
La señora de unos setenta años aproximadamente caminaba de un lado a otro alcanzando los utensilios y cortando verduras y esos pezones oscuros me estimularon para acariciarme mi pene. Yo seguía paso a paso cada acción de mi vecina quien al ir al refrigerador me permitió ver que la luz del interior del artefacto reflejaron sus canosos vellos genitales y eso me erizó mi piel y mi pene se erecto increiblemente y mis boca se había quedado seca y exhalando un aire caliente mientras aquella musa con arrugas y piel flacida pero de una estructura que marcada con el paso del tiempo confirmaban el andar por la vida placentera de aquella anciana mujer que se negaba a dejarse vencer por la vejez y proyectando sensualidad en una ciudad tan agitada en la que vivíamos. Sin detenerme me masturbe en el momento que ella llevó su cena al sofá y con las piernas abiertas se dispuso ver un programa de televisión. Pensando que lo había visto todo, eyaculé y al pretender despedirme de aquel cuadro, la señora regresaba de la cocina con una botella de crema chantilly y ya en el sofa comenzó a aplcarse crema por todo el cuerpo e inmediatamente comenzó a masturbarse y eso irremediablamente para mi tambìen fue objeto de una segunda tanda. A los días la señora se mudo del apartamento pero esos recuerdos aún redundan en mi mente con una risa picara.
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