Tengo tres meses de laborar para esta empresa, y mi labor se ha vuelto rutinaria. Realmente, somos tres chicas las que habitamos esta oficina, y el Jefe es alguien serio a quien jamás se le puede quedar bien. He conversado con mi madre sobre renunciar y buscar algo diferente pero ella insiste que tenga paciencia y mientras no aparezca nada nuevo, debo continuar. Me parecía justo.
Las otras dos compañeras tenían un par de años de estar laborando para ese ogro, como yo consideraba a ese cuarentón. A veces me llamaba para que le llevara un café o un refresco para sus clientes pero seriamente consideraba que no me tomaba en cuenta para nada. Un fin de semana llego mi prima, una alocada con la cual jamás me he llevado bien por sus comentarios y opiniones sobre como debe ser hoy en día una mujer liberal. Al confiarle mi situación en la empresa, me llevo junto al espejo y me dijo que todo estaba en mi apariencia.
Es cierto que mi vestimenta de monja y mis anteojos de marco grueso no era una indumentaria del nuevo siglo; pero si representaba el estilo de una mujer que se respetaba asimisma. Y ella me llamo cobarde, que siempre buscaba excusas para no dar el paso al cambio, me reí por su posición, pero acepte el reto que me lanzo para ensenarle que si era una mujer segura de mi misma, así que fuimos a una tienda cercana y le deje que buscara para mi lo que ella consideraba iba con mi personalidad.
Al final no podía creer que me hubiera dejado convencer por alguien que utilizaba anillos en los dedos de los pies, tatuajes en la espala y hombro y piercings en orejas, nariz y sobre la ceja izquierda, pero en fin, que podía perder. Al llegar a la oficina ese lunes en la mañana, por alguna razón, las miradas se enfocaban enteramente sobre mi, me sentía incomoda. Me senté en mi escritorio en el momento que llegaba mi Jefe, y al pasar a mi lado, se detuvo a saludarme e increíblemente me pidió que pasara para hacer un dictado, así que me apresure.
Dentro de mi cabeza comenzaron a llegar como por telepatía cada una de las recomendaciones de mi prima, así que al llegar frente a su escritorio, deje caer intencionalmente el lápiz, y al inclinarme a recogerlo dejaba suficiente visión del interior de mi escote, mientras notaba que mi Jefe se había inclinado por encima del escritorio. Luego coloque una silla a un lado del escritorio para estar frente a él y cruce mis piernas, a sabiendas que mi falda era demasiado corta, lo cual le hacia difícil la tarea del dictado a mi Jefe quien tartamudeaba y a veces se le olvidaba las líneas. Creo que lo transparente del brassier en mi blusa blanca no era una buena idea para un lugar de trabajo y si a ello le sumamos que me deshice de los gruesos anteojos para utilizar un par de lentes de contactos de color verde.
Por alguna razón yo misma estaba excitada por todo lo que estaba pasando al sentir que tenia el control de la situación, así que pense que para el gran final, debia de proyectar toda mi sensualidad espontanea y entonces baje la pierna que tenia cruzaba para dejarla descansar con la supuesta idea de colocar mi libreta sobre mi faldita y seguir escribiendo, así que deje mis piernas entreabierta para que él perfectamente pudiera ver mi interior, una pequeña tanga color blanca de seda transparente. De repente, algo en medio de sus piernas comenzó a surgir como volcán en erupción y por tanto me pidió permiso para retirarse y lo vi dirigirse al baño. Ese día llegue a casa y le dije a mi querida madre con una leve sonrisa que ella había tenido la razón, porque ahora si le estaba tomando gusto a mi trabajo.
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